Todo lo que nos rodea -cosas, sitios, personas- tiene un pasado. Aprender a analizarlo, a comprenderlo e investigarlo nos permite afirmar nuestra identidad o sentir la necesidad de modificarla.
Así, este año re visitamos el 25 de Mayo de 1810, recuperando viejas tradiciones para ponerlas bajo la lupa y mirarlas en detalle, para animar la polémica, para estimular el pensamiento crítico, para pensar que los héroes (de bronce) alguna vez fueron de carne y hueso.
La Revolución de Mayo de 1810 fue un hecho crucial en la historia argentina. No se trata de un acontecimiento aislado, sino que forma parte de un proceso de transformación más amplio.
¿Explica el peinetón si con el 25 de Mayo de 1810 comienza la idea de soberanía en el Virreinato del Río de La Plata?
¿Consigue esclarecer el cabildo de cartulina y papel glacé los intereses de la Primera Junta?
¿Tenían paraguas los "manifestantes" de la plaza?
¿De qué color eran las escarapelas que repartieron Franch y Beruti?
Sin duda se trata de recortes cuya fortaleza, en gran medida, consiste en su capacidad para facilitar el acceso a la explicación. Quizás, entonces, la clave sea pensar en las multiplicidad de miradas para acercarse más. Para reflexionar críticamente sobre las múltiples causas y sus consecuencias.
El Bicentenario nos obliga a repensar nuestra historia y dar lugar a aquellas voces que fueron acalladas en el Primer Centenario por la historiografía del momento. A construir una mirada integradora.
La historia es una construcción de los distintos actores sociales. La historia, al igual que la patria, la construye cada uno de nosotros en sus labores diarias, en las urnas, en el barrio y en la escuela.
Cada uno de nosotros, desde el lugar que ocupa colabora para formar una sociedad más justa y un país más grande.